En gran parte de los pueblos de la España Vacía, la despoblación se ha convertido en un problema importante que altera la vida de las personas. La constante pérdida de habitantes, el envejecimiento y la salida de los jóvenes hacia las grandes ciudades, está provocando que ciertas profesiones tradicionales están en riesgo de desaparecer. Aunque no sea un suceso nuevo, su impacto se hace cada vez más notable: pueblos sin servicios básicos, trabajos que no encuentran relevo y que se debilitan año tras año.
El trabajo de panadero rural es uno de los más afectados. En la mayoría de las zonas rurales, los hornos tradicionales cerraron cuando no vendían lo suficiente. Con menos habitantes y un consumo menos estable, mantener una panadería abierta resulta bastante complicado. Por esto, en muchos pueblos el pan llega a través de repartos desde otros municipios más grandes, a veces solo ciertos días de la semana. Este cambio ha provocado que un oficio que antes era clave en la vida diaria, ahora ha sido reemplazado por repartos y con ello la pérdida de comunicación con estos lugares.
Otro de los sectores afectados es la ganadería extensiva, una de las partes más esenciales de la vida rural. Los pastores se jubilan sin que haya suficientes jóvenes dispuestos a continuar con el oficio. La falta de relevo generacional está presente y motivada por la exigencia del trabajo, los bajos ingresos y la dedicación diaria. Además, a esto se le suma la incertidumbre sobre el futuro del sector. Aunque la ganadería está reconocida por su papel medioambiental, muchos rebaños desaparecen cuando un pastor se retira.
Por otro lado, en los servicios públicos, la profesión que más preocupa a los vecinos y más problemas está provocando es la del médico. En muchos de los pueblos, las consultas están abiertas tan solo unos días a la semana debido a la falta de personal disponible para cubrir estas necesidades. Y en muchos otros el médico acude una vez a la semana una hora al día. El personal sanitario que trabaja en estas zonas suele asumir grandes distancias y muchas guardias. La escasez de médicos no solo afecta a la atención primaria: también complica el acceso a pediatría, un servicio que queda centralizado en ciudades más grandes.
Otro grupo especialmente vulnerable es el de los artesanos rurales. Cesteros, alfareros, herreros, esparteros o tejedores conservan técnicas que han pasado de generación en generación, pero que hoy cuentan con menos aprendices. Aunque en algunos lugares hay iniciativas como organizar ferias, talleres o programas de formación, la continuidad de estos oficios depende casi por completo de quienes los ejercen hoy en día. Muchos artesanos trabajan en solitario, con mercados pequeños y de lugar en lugar. Su desaparición implicaría perder no solo una actividad económica, sino también parte del patrimonio que define la historia de numerosos pueblos.
El transporte público es otro sector en retroceso. Las líneas de autobús que conectan pueblos funcionan con pocos pasajeros, lo que dificulta su mantenimiento. Los conductores de estas rutas, acostumbrados a trayectos largos y con horarios cada vez más reducidos, representan una profesión que se sostiene por necesidad social más que por rentabilidad. La reducción de servicios provoca que los vecinos dependan del coche privado, lo que complica a quienes no pueden conducir.
La desaparición de estas profesiones deja a muchos pueblos sin servicios básicos y complica la vida de los vecinos. Con menos trabajadores para cubrir necesidades esenciales, cada vez resulta más difícil mantener la actividad y la vida cotidiana en estas zonas rurales.
